En días, pasados me llegó esta reflexión de parte de mi compadre Sergio, y no quisiera quedármela solo para mí. Me gustaría compartirla contigo, ya que creo que es bastante ilustrativa en relación a la analogía que se hace respecto a nuestros hijos.

Al mirar un buque en el puerto, imaginamos que está en su lugar más seguro, protegido por un fuerte amarre. Sin embargo, sabemos que está allí preparándose, abasteciéndose, y alistándose para zarpar, cumpliendo con el destino para el cual fue creado, yendo al encuentro de sus propias aventuras y riesgos.

Dejando su estela, y dependiendo de lo que la fuerza de la naturaleza le reserve, tendrá que desviar la ruta, trazar otros rumbos y buscar otros puertos. Pero retornará fortalecido por el conocimiento adquirido, enriquecido por las diferentes culturas recorridas y habrá mucha gente esperando feliz en el puerto para celebrar sus millas navegadas.

Así son los HIJOS, tienen sus PADRES como puerto seguro, hasta que se tornan independientes. Por más seguridad, protección y manutención que puedan sentir junto a sus padres, los hijos nacieron para surcar los mares de la vida, correr sus propios riesgos y vivir sus propias aventuras. Cierto es que llevan consigo los ejemplos adquiridos, los conocimientos obtenidos, pero lo más importante que llevan en el interior de cada uno, en el timón de su corazón, es la incansable búsqueda de la felicidad.

El lugar más seguro para el buque, es el puerto. Pero el buque no fue construido para permanecer allí. Los padres piensan que son el puerto seguro de sus hijos, pero no pueden olvidarse que deben prepararlos para navegar mar adentro y encontrar su propio lugar donde se sientan seguros, con la certeza de que deberán ser en otro tiempo, un puerto seguro para otros seres (nuestros nietos).

No podemos trazar la ruta de nuestros hijos, lo que sí podemos es ayudarlos a que lleven un buen equipaje lleno de valores como humildad, solidaridad, honestidad, disciplina, gratitud y generosidad. Podemos desear su felicidad, pero no ser felices por ellos. No podemos seguir su travesía, ni ellos descansar en nuestros logros. Los hijos deben hacerse a la mar desde el puerto donde sus padres llegaron y como los buques, partir en busca de sus propias conquistas y aventuras. Con la preparación suficiente para navegar un largo viaje llamado vida, impartido por quienes tuvieron la certeza de que solo quien ama, educa…

¡Cuán difícil es soltar las amarras y dejar zarpar el buque…!

Sin embargo, el regalo de amor más grande que puede dar un padre a sus hijos, es la autonomía.

¡Hijos, buen viento y buena mar…!

By Carlos

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